...O, "La ballena corcovada"
Este es un cuento que escribí hace tiempo y que algunos ya conocéis, pero como me gusta, os lo cuento de nuevo...
Estaba yo hace poco tan contenta tomando el sol en una playa del pueblo mío con las neuronas recocidas del puro calor que hacía, cuando en las toallas vecinas escuché gran algazara y una tipa con aspecto enloquecido que venía cayendo del cielo, nos contó una historia rara.
Dijo provenir de Córcega y explicó que, allá en su isla, se metió en el agua para ahogarse, y con esa idea caminó hasta que le llegó el agua al cuello. Más, hete aquí que en ese punto las aguas se apartaron a su paso y avanzó ella caminando por el fondo marino y ni gota de agua capaz de ahogarla le salió al paso. Dijo también que vio a los peces asomando sus húmedos hocicos entre los muros del agua mientras la aplaudían y jaleaban. Pero ella siguió avanzando triste y amurriada, pues supuestamente estaba allí para ahogarse y no para triunfar como una diva entre caracolas, hipocampos y estrellas del mar marino.
Y ocurrió, dijo, que cuando ya estaba pensando en volverse atrás, harta de andar entre corales y pulpos, se cerraron las aguas y el mar entero se le vino encima. Más ella, lejos de ahogarse como quería, empezó a flotar y tuvo que nadar horas y horas sin lograr hundirse, por lo que en corsa lengua se dijo:
“Es bien clar que ye suis atrapé pur l’aigua de la mer sans remisión et que non havre de conseguir de bien mourir si non es de cansamiento”. Entonces nadó y nadó y nadó hasta llegar al Cuerno de Oro y allí vio que se acercaba una manada de dofines y con ellos habló en dofinés, y dijo:
“Mes amis los dofins, arréenme singular coleto avec aleta dorsal e ahóndenme en abisales simas, pour plaer”. Más sucedió que los dofines pasaron a su lado y, en mirándola, sonrieron con sonrisa de dofin y siguieron su camino. Y ahí que sigue ella nadando que nadarás y llega al Delta del Nilo y en viendo que se acercaban a su ola un grupo de Piramidones vestidos con piel de papiro, habló en piramidonés –que se parece mucho al egipcio de los faraones- y díjoles:
“O qetu_olet af untar e^fen del fondo del mar lo ven”. Más los Piramidones, que iban por momento crecidos, salieron del agua y quedaron adormecidos a la luz del sol entre las dunas. Y la mujer siguió nadando, cansada ya, pero aún llena de vida y energía.
Cambió entonces de rumbo y díjose: “Yo me vuelvo a casa”.
Pero en estas que se acercó (nadando, claro) al norte de África, allí donde espléndida floreciera en tiempos la ciudad de Cartago, y sintió que se acercaban por la izquierda naves remadas por galeotes a punto de naufragar y en idioma galeotés dijo: “Quieran vocés, señeros señores de la nobleza pirata, descargar a los mis lomos sus cien cañones por banda y que por el peso de los mismos me cubra el mar y acábese mi viaje, pues cansada vengo”. Más, en el momento de decirlo, zozobraron barcos y navegantes, de tal suerte que se ahogaron y nunca más se supo de ellos.
(No fue tal la suerte de mi vecina de toalla caída del cielo, que, ¡ay!, siguió nadando.)
Y así, en esa tesitura, avistó en lontananza las mismas Columnas de Hércules y vio al padre de los Atlantes portando el mundo a sus espaldas.
Y más allá, la mar océana.
Y en ella, atroz manada de ballenas corcovadas cuyas extrañas narices les nacen en la testuz y lanzan por ellas pavorosas crines de agua.
-Esta es la mía-, se dijo. Y, haciendo grandes aspavientos de desdén, en idioma de ballena -que se llama ballenasco y se pronuncia en prosa versificada-, se dirigió a ellas con estas palabras:
“Señoras de lo profundo, cuya gran fealdad me espanta -pues no surcaron los mares bestias más destartaladas-, quisiera la mala suerte que ni en tierra ni en el agua pudierais hallar reposo tras oír estás palabras. ¡Mal se secara el océano y perdierais la joroba!, ¡mal os crecieran los brazos y piernas amuñonadas! ¡mal se os quedases los pieses llenos de callos y llagas...
Y aquí acabó el peregrinar azaroso de mi fantasiosa vecina de toalla, pues en ese instante preciso recibió de la reina de las ballenas tamaño coletazo con la aleta caudal, que emprendió el vuelo y vino a caer en medio mismo de la playa en que me hallaba.
Y esta es su historia y así queda registrada.
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