~ El parto de los montes: La mano ajena

1 feb 2010

La mano ajena

Me pareix important la idea de dedicar un tòpic complet en el Paco nostro. Sempre he pensat que si hi ha una persona mala de explicar i que a la vegada mereix ser explicada es ell. Crec que si ens animéssim a fer una antologia podríem aconseguir un conte memorable.


Jo, tal vegada demà mateix que tenc sessió de quimio, me posaré a pensar con contar el meu primer “ratón perez” .

Avui vos contaré un altre acudit de un tipus que vaig conèixer i que tenia les mans alienes. Com que ho he escrit en castellà, llegiu en castellà ....



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Conozco con certeza dos casos de mano ajena. Uno, por las terribles consecuencias que trajo consigo, lo contaré con detalle y será largo. El otro es la historia del pobre Manuel de la mano intrusa del que poco sabemos, si bien es claro que murió por propia mano -o quizás de mala suerte- porque lo encontramos como que durmiendo, así echadito de medio lado y contraído, como quien se duerme al raso y va cogiendo frío hasta que se muere sin darse cuenta, medio despistado.

Y la cosa hubiera quedado así: muerto al raso de frío y mala suerte, si esa mano derecha suya, tan intrusa que parecía ajena, no hubiera estado oprimiéndole el gaznate hasta estrangularle mientras la izquierda, que también parecía enajenada y hecha un lío, lejos de defenderle actuaba en connivencia con la otra.

Manuel convivía desde niño con su mal sin quejarse más que lo justo y hubiera continuado controlando la entropía de aquella mala mano sin llegar a rendirse a la mala suerte y a la imposibilidad de abrocharse la camisa de ciento un botoncitos, si no hubiera llegado hasta nosotros, por razón de estudiar ciertas larvas e insectos sepulcrales que son endémicos en Perusta, el entomólogo forense André Boudin, apodado El-que-todo-lo-sabe, que le explicó la existencia del síndrome llamado “de la mano ajena” y le hizo concebir la ilusión de encontrar de esta suerte un nombre propio de su enfermedad.

Y entonces fue que se hizo un lío con la sintomatología porque hasta entonces su único problema era no lograr abrocharse la camisa, mientras que lo que con bastante gravedad explicara André, que-todo-lo-sabe, era un proceso mucho más complejo. Le explicó que el arrebato consistía en que la mano izquierda se sentía autónoma respecto del resto del cuerpo y actuaba a su aire, a veces con indiferencia y otras, las más, en franco antagonismo con la actitud de las demás partes de la anatomía, muy especialmente con la mano derecha.

En Perusta nada sabíamos de ese mundo de manos enajenadas y otras exquisiteces que son, dicen, frecuentes y cotidianas en otras regiones mágicas. Así que, ante nuestro gesto de evidente escepticismo y para ilustrar el caso, nos explicó el entomólogo la historia de uno que tal síndrome padecía y que por tal causa, mientras se lavaba los dientes sujetando el cepillo con la mano derecha, untaba con la izquierda esos mismos dientes utilizando para ello la gamuza de dar betún a los zapatos. Así mismo, y ahí es donde la cosa descarriló, abrochaba con la derecha la camisa y al instante destrababa con la izquierda los botones uno a uno.

Sabiendo esto no le cupieron dudas al pobre Manuel del nombre de su dolencia e incluso imaginó la manera de solventarla, pues –visto que no era suya- se agarró a la salvadora idea de cambiar de mano y gritó a los cuatro vientos su decisión inaplazable de amputarse la extremidad y redimir de esta manera de la locura no ya a su propia maldita mano sino a su cuerpo entero, con el afán último de poder por fin atar todos los botones de la camisa de once varas que llevaba años resistiéndose a ser abotonada.

Nosotros éramos gente normal, saludable y ordenada, de costumbres usuales y rutinarias. Tan absurda nos parecía la historia explicada por el entomólogo que no se nos ocurrió imaginar al pobre Manuel deambulando en sus obsesiones, así que ni le tomamos en serio ni se nos ocurrió que en verdad pudieran enloquecérsele las manos acudiendo la una en auxilio de la otra al punto de cortarle el camino al aire de respirar y dejarle al pobre Manuel el menudo cuello descangallado y roto.

Y así, como que ni lo imaginábamos, no vimos llegar lo que estaba viniendo y se nos murió de verdad el pobre allí, en la arena de la playa, estrangulado de sí mismo y con la boca llena de botones, quedando así certificado sin atisbo de duda que la mano, una al menos, no era suya.

2 comentarios:

loreto 1/2/10, 21:28  

Siempre he sabido que existían las manos traidoras, pero esta traición contra uno mismo es mucha traición.
Lástima que El-Que-Todo-Lo-Sabe no le explicase a Manuel que una mano que se siente autónoma del resto del cuerpo es peligrosa y taimada y que no respeta a nadie, ni siquiera a uno mismo. Aunque la mano le escandalizara debería habérsela atado, no cortado.
Como decía Pérez Galdós en La Revolución de Julio capitulo VII: “Yo no lo sé... Digo, sí lo sé. Es que en Palacio hay manos traidoras, blancas o sucias, que de todo habrá... y el Gobierno no tiene poder para cortarlas o siquiera echarles un cordel...”
Manuel pensó mal y así le fue.
Increible historia...

En Pep nostro 3/2/10, 17:23  

No cabe duda de que el pobre Manuel se hizo un lío que le costó la vida.
Quiero pensar que su extraña dolencia, de cuya existencia yo tuve noticia años atrás en la barra del hotel a la hora del café, le tenía tan sumamente abrumado que fue incapaz de actuar con coraje y contundencia (algo parecido a lo que le está pasando a Zapatero).
Manuel pecó y lo hizo en al menos dos de las acepciones del verbo.
No siguió los mandatos de Nuestro Señor cuando nos dice: “…si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti …”
También pecó de exceso de confianza en las explicaciones de un simple entomólogo especialista en larvas, precisamente el estadio de la vida de los insectos en el que éstos no tienen extremidades.
Pobre Manuel, Manolito te llamaría yo, no sabías dónde tenias la mano derecha. Sinceramente, ¿qué mano te era ajena?, dímelo tú que diría Conrado.
Para concluir, yo me hubiese cortado la mano derecha cumpliendo así con el Evangelio o, como mal menor y a riesgo parecer ridículo, me hubiera puesto blusas de mujer que como todos saben tienen la botonadura invertida.

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