~ El parto de los montes: De caracoles y de hombres

19 mar 2010

De caracoles y de hombres



Si yo hubiera tenido que elegir a un animal para ser friki incondicional suyo, hubiera elegido al caracol. Son criaturas tan complejas y extraordinarias que no puedo evitar sentirme atraída por ellos.

Naturalmente es una relación asimétrica, sin parangón por su parte, ellos pasan absolutamente de mí: ningún caracol me necesita ni me mira con cara de poder prestarme sus ojos o cualquiera de las otras partes de su cuerpo si hubiera de necesitarlos. Ningún caracol ladea la cabecita de tal manera que me permita intuir que me escucha. Los caracoles me ignoran estrictamente. Los veo esconderse entre las piedras, trepar por el tronco húmedo de los almendros o recorrer las hojas de los geranios dejando a su paso un reguero de baba. Me planto frente a ellos para ver si querrían esconderse entre mis zapatos, trepar por mis piernas o recorrer mi mano, pero no. Yo no existo para ellos, ni siquiera me esquivan, no lo intentan. Son hermosos y desearía que me tomaran en consideración.

De todos los animales que no me hacen ni caso, sin duda el caracol es el más ignorante de mi existencia.

Sé que entre los humanos, el caracol nunca ha sido un animal bien comprendido. En nuestra relación la cosa empezó a ir mal muy pronto, ya en tiempos bíblicos y nómadas les cogimos manía. (Lo digo en plural porque siento que en este punto de mi análisis debo mantenerme solidaria con el nicho taxonómico que corresponde a mi especie).

La Biblia, digo, lo dejó así:

"29 Y de los reptiles que van arrastrando sobre la tierra a estos tendréis por inmundos: la comadreja, y el ratón, y la rana según su especie,

30 Y el erizo, y el lagarto, y el caracol, y la babosa, y el topo.

31 Estos tendréis por inmundos de todos los reptiles: cualquiera que los tocare, cuando estuvieren muertos, será inmundo hasta la tarde."

Cuando los hombres se hicieron sedentarios y plantaron huertos y jardines, se acentuó la inquina a causa de la voracidad vegetal del muy autónomo caracol. Rosalía de Castro, en su poema LOS TRISTES, resume la situación con mucho tino:

"Cuando en la planta con afán cuidada

la fresca yema de un capullo asoma,

lentamente arrastrándose entre el césped,

le asalta el caracol y la devora."

Marcel Proust, encuentra parte de su inspiración, no toda, por supuesto, en los caracoles. Así, en ‘El tiempo recobrado’ pone de manifiesto, en mi opinión erróneamente, su falta de armonía. (NOTA: La cita que pongo a continuación es larga y prescindible buena parte de ella, pero la pongo entera porque es caracolínea y realmente uno no puede entender a Proust sin los caracoles ni a éstos sin aquél).

“La señora Swann me había escrito unos días antes para que fuera a almorzar con ellos en petit comité. Y, sin embargo, había dieciséis personas, entre las cuales ignoraba yo por completo que estuviera Bergotte. La señora de Swann, que acababa de “nombrarme”, como decía ella, a varias de esas personas, de pronto, inmediatamente detrás de mi nombre, y en el mismo tono (como si no fuéramos más que dos invitados al almuerzo que debían sentir análoga satisfacción en conocerse), pronunció el de Bergotte, el suave y cano Cantor.

El nombre me causó la misma impresión que la detonación de un disparo de revólver hecho contra mí; pero instintivamente, para no quedar en mala postura, saludé; allí delante de mí, como uno de esos prestidigitadores que aparecen intactos y enlevitados entre el humo de un tiro de donde surge una paloma blanca, me estaba devolviendo el saludo un hombre joven, tostado, menudo, fornido y miope, de nariz encarnada en forma de caracol y perilla negra. Y sentí una mortal tristeza, porque acababa de caer hecho polvo no sólo el lánguido viejecito, del que ya no quedaba nada, sino asimismo la belleza de una inmensa obra que yo tenía alojada en el organismo sagrado y declinante que construí expresamente como un templo para ella, y a la que no quedaba sitio ninguno en ese cuerpo achaparrado, todo lleno de huesos, de vasos y de ganglios, del hombrecito chato, de negra perilla, que tenía delante de mí. Y resultaba que todo el Bergotte que yo había elaborado lenta y delicadamente, gota a gota, como una estalactita, con la transparente belleza de sus libros, de pronto no servía para nada desde el momento en que había que atenerse a la nariz de caracol y la perilla negra; como ya no nos sirve la solución que habíamos hallado a un problema sin haber leído bien sus datos ni tener en cuenta que el resultado había de dar una determinada cifra."
(Me encanta Proust. Me encanta que pueda escribir tantas palabras para decir simplemente que el tipo no se parecía en nada a la imagen que se había formado de él. Como dije, hay algo caracolíneo en ello: partiendo de un punto y evolucionando en espiral, se separa y va tomando perspectiva sin llegar nunca a estar lejos...)


El trato salvaje contra los caracoles es propio de sus naturales depredadores, tal cual hábilmente observó Virginia Woolf, que en La señora Dalloway escribió:

"Siempre se hacía a la mar, en Margate, aunque sin perder de vista la tierra, y no aguantaba a las mujeres que temían al agua. El aeroplano giró y descendió. La señora Dempster tenía el estómago en la boca. Hacia arriba otra vez. Dentro va un guapo muchacho, apostó la señora Dempster; y se alejó y se alejó, deprisa, desvaneciéndose, más y más lejos, el aeroplano, pasando muy alto sobre Greenwich y todos los mástiles, sobre la islilla de grises iglesias, San Pablo y las demás, hasta que a uno y otro lado de Londres, se extendieron llanos los campos y los bosques castaño oscuro en donde aventureros tordos, saltando audazmente, rápida la mirada, atrapaban al caracol y lo golpeaban contra una piedra, una, dos, tres veces. "
Y Tolkien, en EL HOBBIT repite casi lo mismo, aunque en su propio contexto:
"En ese mismo momento oyó un graznido áspero. Detrás, sobre la piedra gris en la hierba, había un zorzal enorme, negro casi como el carbón, el pecho amarillo claro, salpicado de manchas oscuras. ¡Crac! Había capturado un caracol y lo golpeaba contra la piedra. ¡Crac! ¡Crac!"
¡Tanto loco matacaracoles moviéndose por el universo!


La humanidad tiene una perversa manera de afrontar la caracolidad. Aceptando la inmundicia en el caracol de la Biblia, afeando su conducta al voraz caracol come-huertos -¡pues qué va a comer, pardiez!-, responsabilizándole de insospechadas narices en rostros feos y, para acabar de arreglarlo, llamándoles gasterópodos, definitivamente les condenamos al más feroz ostracismo. Siendo así, repito, no cabe esperar nada bueno para ellos. Hay quienes preguntados respecto a qué harían en presencia de un caracol responden: "aplastarlo". Típico. Sabed que es el pájaro primordial que anida en la meninge jurásica humana el que motiva tal respuesta. En el fondo de la mente de cada ser humano alienta y persevera un depredador natural de caracoles.
Sin embargo ellos son tímidos, altivos, autónomos, duros, laxos, tersos, traslúcidos, opacos y brillantes aunque algunas de estas cosas parezcan contradecirse entre sí.
Y el mar los ha elegido: los sonidos del mar y de las olas brotan del interior de una concha de caracol y quizás alguno de los grandes tsunamis de la historia se originó en un latido de su corazón. 




 

2 comentarios:

Pau 19/3/10, 21:05  

Dice la canción:
"caragol treu banya
pujarem a la muntanya
caragol bover
que jo també vendré"

En Pep nostro 20/3/10, 12:24  

!Caracoles, qué disertación¡,que traduït seria Collons quin sermó!

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